Hace unos tres años Carmen Ceniga Prado sintió que había alcanzado un límite dentro su práctica artística habitual. Su cuerpo le pedía algo más, otro tipo de expansión, libre y desinhibida, que no le aportaban los materiales y el hacer escultóricos. Fue entonces cuando una clara voz interior la condujo hacia la pintura y se abrió un portal: el de la creatividad fluida, torrencial y honesta, sin contención. Mantuvo, sin embargo, una estrategia propia de la escultura: escarbar, descubrir capas, crear a través del movimiento corporal hasta llegar a la emoción pura.