GABY VERA

Entrando en el Ahora
Carmen Ceniga Prado

Del 6 Noviembre al 9 de Enero

Hace unos tres años Carmen Ceniga Prado sintió que había alcanzado un límite dentro su práctica artística habitual. Su cuerpo le pedía algo más, otro tipo de expansión, libre y desinhibida, que no le aportaban los materiales y el hacer escultóricos. Fue entonces cuando una clara voz interior la condujo hacia la pintura y se abrió un portal: el de la creatividad fluida, torrencial y honesta, sin contención. Mantuvo, sin embargo, una estrategia propia de la escultura: escarbar, descubrir capas, crear a través del movimiento corporal hasta llegar a la emoción pura.


El tránsito de la escultura a la pintura supuso una suerte de aumento de la superficie de trabajo, un espacio donde el gesto podía prolongarse indefinidamente en una zambullida sin fondo. Desde entonces, su obra orbita en torno a la idea de excavación interior. La artista entiende la acción de pintar como un proceso de introspección somática, un ejercicio de escucha del cuerpo y sus memorias. Cada trazo nace de la atención al propio pulso, a las emociones que laten y se transforman en color, luz o sombra. Entre lo visible y lo sensorial, la experiencia interna encuentra su forma pictórica y se transmuta en paisaje abstracto.


El procedimiento de escarbar, presente tanto en la escultura como en su pintura actual, se convierte en un método de conocimiento que requiere presencia y funciona por capas, penetrando desde lo corporal. En la exposición Entrando en el ahora, la dimensión matérica y meditativa se hace palpable en la técnica. Utiliza tinta y acrílico muy diluidos, trabajando con abundante agua y numerosas capas superpuestas que van generando volumen. El lienzo absorbe los pigmentos como una piel, dejando que las zonas más claras sean el propio tejido desnudo, no una superficie cubierta. Este modo de pintar produce un efecto de vibración interna: la luz parece emanar de la obra.


Ceniga Prado interviene además el soporte cosiendo fragmentos de lienzos recuperados de su estudio, un recurso que introduce la noción de memoria material en el proceso. Las costuras visibles –líneas verticales y horizontales– atraviesan las superficies como cicatrices que interrumpen y, al mismo tiempo, estructuran la composición. Son huellas del hacer, marcas de un cuerpo que piensa mediante el movimiento. En ellas, la artista encuentra pausas, bifurcaciones y desvíos que guían el recorrido de la pintura. El cosido, al igual que la pintura, es un modo de escarbar, permite que emerjan las imperfecciones y el tacto se revele en la superficie. Así, las fisuras son parte sustancial de la vitalidad de sus obras, aproximándose a un organismo que respira, late y cicatriza.


La presencia de influencias orientales es evidente en lo formal y en lo conceptual. Tras vivir en China, Singapur y Corea, Ceniga Prado incorporó a su práctica una sensibilidad vinculada a la idea de armonía y vacío. Su estancia en Asia marcó un giro en su comprensión del arte: descubrió en la caligrafía una práctica de atención plena, donde el gesto del pincel manifiesta el instante. Esa relación directa entre trazo, respiración y conciencia se traslada a sus pinturas, en las que el vacío es un espacio activo de resonancia. También la oscuridad, tan apreciada por oriente, ocupa un lugar esencial en su trabajo; es un ámbito de recogimiento, un receso denso y una expresión sincera de la heterogeneidad del ser. Como describió Junichiro Tanizaki en su famoso ensayo sobre la estética japonesa, el misterio de la sombra encierra una espesura de silencio y una serenidad eternamente inalterable.


Los orientales no tienen, afirma Tanizaki "ninguna repulsión hacia lo oscuro; nos resignamos a ello como a algo inevitable (…) es más, nos hundimos con deleite en las tinieblas y les encontramos una belleza muy particular".


La paleta cromática de Carmen Ceniga Prado es reducida, evoca estados emocionales y responde a una decisión pensada: dejar que hablen la forma, la sombra y la luz. Utiliza principalmente rojos, azules y amarillos, asociados respectivamente al cuerpo y la tierra, a la memoria profunda y al agua, y a la energía del sol y el fuego. Además, en su producción reciente se ha decidido a retar al blanco para explorar la su complejidad sin caer en un discurso new age o positivista. En sus obras, la artista desvela la luminosidad desde las entrañas del mismo tejido pictórico. Esa convivencia entre sombra y claridad revela una comprensión no dual de la realidad: los polos se tocan, se retroalimentan, se equilibran. A través de esta dialéctica, la creadora busca alcanzar una vibración intrínseca, un ritmo que recuerde al pulso del cuerpo.


Eliminar el exceso, reducir la forma al gesto necesario y desvelar la energía latente. La pintura se convierte en un estado de atención o práctica de conciencia.


El título Pintura sin fondo condensa la naturaleza de esta búsqueda. No alude solo a la profundidad espacial o al misterio del color, sino a una actitud ante el proceso de creación. Una pintura sin fondo es aquella que se mantiene abierta, que rehúye el cierre y la certeza, que se expande más allá de sí misma. Es un modo de mirar y de estar, una invitación a habitar el instante sin pretender dominarlo.


En la exposición esa apertura se presenta cargada de presencia radical. Las obras son el resultado de un diálogo continuo entre cuerpo, materia y tiempo, entre interioridad y manifestación. Entrando en el ahora habla de pinturas que se crean habitando el momento presente: un instante vivo y profundo, porque es el único que existe. Carmen Ceniga Prado se adentra en este torbellino de acontecer sin pausa y deja que la materia, impregnada de corporalidad, se exprese. Como una emoción abisal, sin fondo.


Exhibición